Cronología de la construcción del Palacio
El 24 de mayo de 1904 se colocó la piedra fundamental del Palacio de Tribunales. Ese día, el entonces presidente de la Nación, general Julio A. Roca, y el ministro de Justicia e Instrucción Pública, Juan Ramón Fernández, dieron inicio simbólico a la obra de construcción del edificio planificado por el arquitecto francés Norbert Maillart.
Los trabajos, en realidad, arrancaron casi un año después, durante la presidencia de Manuel Quintana, en abril de 1905, una vez aprobada la última modificación de los planos que se siguieron en la construcción, a cuyo cargo estuvo la empresa “J. Bernasconi y Cía.”.
Para comprender la historia del edificio hay que remontarse varias décadas atrás. Hasta fines del siglo XVIII, el área de la actual Plaza Lavalle había sido un arrabal desolado y peligroso. No en vano se lo conocía como el “Barrio Recio”. En 1801, la Junta Provisional de Gobierno compró el terreno. Allí se instalaría, en 1822, el Parque de Artillería, arsenal y taller del ejército.
En sus inicios, el Máximo Tribunal –establecido en 1863– funcionó en un antiguo edificio de la calle Bolívar. Posteriormente, lo hizo en San Martín 273, actual sede del Banco Central, hasta que un grupo de diputados presentó el proyecto para dotar a la Justicia de un espacio propio.
El 24 de julio de 1902 se promulgó la ley N° 4087, que facultaba al Poder Ejecutivo a adoptar los planos que el arquitecto Maillart había elaborado en Francia en 1889, y construir el edificio en los terrenos que ocupaba el Parque de Artillería. En la Argentina, era la época de las construcciones monumentales de hospitales, escuelas y edificios públicos. El gobierno encargó al arquitecto Francisco Tamburini que activara los planos y presupuestos destinados al proyecto. Con algunas modificaciones a instancias del Ministerio de Obras Públicas, esos planos se aprobaron por decreto del 25 de noviembre de 1902.
El 30 de diciembre de 1903 se produjo el traspaso del Parque de Artillería desde el Ministerio de Guerra al de Justicia e Instrucción Pública. Al realizarse la demolición y las obras preliminares, se halló un pozo donde se encontraron armas, sables corvos, fusiles y hasta un cañón utilizado en la guerra del Paraguay.
El propio Maillart, egresado de la Escuela de Bellas Artes de París y autor también de los planos del edificio del Correo y del proyecto del Colegio Nacional de Buenos Aires, concibió y dirigió la obra durante cuatro años. Diseñó, además, muchos de los muebles que hoy se encuentran en despachos del Palacio -declarado Monumento Histórico Nacional en 1999-, así como el estrado y los bancos de la Sala de Audiencias de la Corte. Su colega italiano Virgilio Colombo tuvo a su cargo la decoración de los interiores.
Una parte del edificio se inauguró para la celebración del Centenario de la Revolución de Mayo: la Conferencia Panamericana eligió como sede el salón de los Pasos Perdidos del Palacio. En 1912 se instaló la Corte Suprema y gradualmente lo fueron haciendo los distintos tribunales.
Ese año se rescindió el contrato de Maillart como director de obras y, dos años después, los trabajos se paralizaron por cuestiones administrativas. La construcción pasó entonces a manos de la Dirección General de Arquitectura, lo que implicó una temporaria suspensión de las obras y, posteriormente, ciertas alteraciones al proyecto original.
Para la conclusión definitiva hubo que esperar hasta 1942, año en que se inauguró la Sala de Audiencias de la Corte Suprema. Varios de los elementos que imaginó originalmente Maillart no llegaron a materializarse y quedaron, por diferentes razones, en el papel. Los más notorios se advierten en la fachada del Palacio: a raíz del crecimiento del Poder Judicial, el remate original –que contemplaba una mansarda– fue descartado y cedió lugar a un piso más, destinado a dependencias judiciales. También se quitó del plano una gran escalera central que iba desde el hall de entrada (donde está actualmente la Estatua de la Justicia) a los recintos de la Corte. Las escaleras proyectadas, que daban a las calles Tucumán y Lavalle, nunca pudieron construirse. Sin embargo, en estos y otros cambios, reside su encanto.